Aunque esto de la neutralidad de carbono es un tema candente en todos los foros internacionales, la realidad es que conviene empezar explicando el término. Alcanzar la neutralidad de carbono o, dicho de otro modo, las emisiones netas cero implica que una empresa o sector equilibra la cantidad de gases de efecto invernadero que emite con la cantidad que elimina de la atmósfera. Es decir, lo comido por lo servido.
Los escépticos lectores harán bien en pensar que se trata de una tarea titánica y de un objetivo ambicioso para el ser humano. Y no les falta razón. La cuestión es que a la humanidad no nos queda más remedio que cumplirlo si queremos que el planeta siga siendo habitable para las generaciones futuras. Aquí no hay planeta B.
En un artículo anterior, ya mencionamos las medidas que las empresas pueden abordar para generar menos emisiones. Sin embargo, siendo realistas, las compañías siempre van a emitir algo, así que, más que evitar un daño por ahora inevitable, es recomendable no olvidarse de compensarlo una vez causado.
Aparte de (obviamente) no emitir emisiones, una forma de alcanzar la neutralidad de carbono consiste en compensar las emisiones que no se pueden eliminar invirtiendo en proyectos de reforestación o tecnologías de captura y almacenamiento de carbono.
La degradación y deforestación de bosques nativos son la causa principal de casi el 10% de las emisiones netas de dióxido de carbono generadas a nivel mundial. Por tanto, frenar la deforestación y promover la conservación de los bosques es vital para potenciar su papel de solución natural al cambio climático.
Por su parte, son muchos los expertos que pregonan a los cuatro vientos que la captura y almacenamiento de carbono es una solución tecnológica clave a la crisis climática. De hecho, fue objeto de numerosos debates durante la pasada COP26, celebrada en Glasglow.
Sin entrar en tecnicismos, se trata de un proceso mediante el cual se captura el carbono en aquellos procesos en los que se suele liberar a la atmósfera. Posteriormente se transporta desde el punto de captura hasta el de almacenamiento: un lugar seguro, a menudo bajo tierra. Y ahí “se encierra con llave”.
Las fechas establecidas para alcanzar las emisiones netas cero varían según la región y el país. Algunos se han fijado la fecha de 2050 como tarde, mientras que empresas específicas se han impuesto objetivos más ambiciosos. Además, iniciativas internacionales como el Acuerdo de París establecieron objetivos generales para limitar el calentamiento global, lo que ha incentivado a muchas empresas a adoptar metas de emisiones netas cero.
Sin embargo, es crucial que cada empresa establezca sus propios objetivos y plazos según su capacidad y estrategia. Las grandes tecnológicas han asumido compromisos para alcanzar la neutralidad de carbono en las próximas décadas, y algunas incluso aspiran a ser "carbono negativas", es decir, a eliminar más carbono del que emiten. En ellas confiamos.
La preocupación y el compromiso con el cambio climático varían en todo el mundo. Aunque todos los países son signatarios del Acuerdo de París, que tiene como objetivo limitar el calentamiento global por debajo de 2°C con respecto a los niveles preindustriales (y esforzarse por limitarlo a 1,5°C), el grado de compromiso no es uniforme. En particular, destacan los siguientes países y regiones:
Cabe mencionar que la acción climática no se limita solo a los gobiernos nacionales. Muchas ciudades, estados o regiones dentro de países, así como empresas y organizaciones civiles, están asumiendo roles de liderazgo, estableciendo objetivos de emisiones netas cero, invirtiendo en energías renovables y promoviendo prácticas sostenibles.
De nada valdría que una empresa afirmara que toma medidas encaminadas a la neutralidad de carbono si no hubiera entidades y organizaciones que auditaran y certificaran estos esfuerzos relacionados con la sostenibilidad y el cambio climático.
Estas organizaciones suelen evaluar la precisión de las emisiones notificadas, el cumplimiento de objetivos sostenibles y otros aspectos relacionados con las prácticas ambientales, sociales y de gobierno (ESG). Algunas de las más reconocidas incluyen:
Es importante señalar que, si bien algunas certificaciones son indicativas de prácticas genuinas de sostenibilidad, otras pueden tildarse de greenwashing o lavado de imagen verde: una forma de marketing engañoso donde se exageran o falsifican las credenciales ecológicas. También puede consistir en cambiar el envase de un producto ya existente mientras se siguen utilizando ingredientes o prácticas no sostenibles.
Las empresas de todos los sectores deben evitar caer en este oportunismo ecológico, ya que alimenta el escepticismo de los consumidores sobre las buenas intenciones de las compañías, lo que socava la capacidad de los clientes para reclamar productos que sean realmente menos dañinos para el planeta.
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